Posteado por: doblemirada | julio 5, 2008

Traducir lo cotidiano

“La estética de las diferentes clases sociales no es pues, salvo excepción, más que una dimensión de su ética, o mejor, de su ethos”.

Pierre Bourdieu

Siempre me han fascinado los pequeños eventos diarios o lo que es del orden de lo mínimo. Hace un par de semanas vimos Lo bueno de llorar, la última película del que quizás es el mejor cineasta chileno del momento: Matías Bize. Y me encantó. ¿Por qué? porque ese modo de narrar lo que nos pasa en un retazo de nuestras vidas, ese modo de develar la conversación ordinaria, sus silencios y sus rostros es una verdadera práctica transformadora, todo un “arte de hacer”.

Siempre me ha fascinado lo cotidiano, ese reducido campo de proliferación de historias y vivencias heterogéneas que se multiplican con el desmoronamiento de las estabilidades locales. Como decía Michel de Certeau en La invención de lo cotidiano, las prácticas cotidianas producen sin capitalizar, sin dominar el tiempo.

Lo sublime de Lo bueno de llorar no es cómo relata la intimidad y el quiebre de una pareja, sino el modo de encarar el detalle, los largos silencios que acompañan el caminar por las calles, los pasajes de rostros inexpresivos (y por eso, excesivamente expresivos). Largos planos minimalistas que no van hacia ninguna parte, sólo siguen e insisten en mostrar los pasos.

En efecto, la maravilla de una obra de arte reside en que nos desoculta aquello que no vemos comúnmente. Decía Heidegger que en la cercanía de la obra de arte pasamos de súbito a estar donde habitualmente no estamos. Nunca vemos lo cotidiano. Nunca estamos en lo cotidiano precisamente porque lo damos por visto. Y es que el orden social funciona sólo si es inconsciente.

Existe otra película que me recuerda esa sensación de cotidianeidad. Lost in translation de Sofía Coppola nos golpea con un exceso de cotidianeidad en determinadas secuencias de imágenes. Tal exceso hace conciente aquello que por naturaleza debería quedar en el orden de lo implícito. No hay nada que envuelva mejor el tiempo que las imágenes. El cine, pura imagen en movimiento, viene a significar lo socialmente dado. La imagen cinematográfica es traducción de lo cotidiano.

¿Cómo puede ocurrir aquel desplazamiento que arroja a lo cotidiano fuera de su cotidianeidad, cómo se da este descentramiento de lo cotidiano? Dicho desplazamiento está mediado por la función artística. El arte está condenado a significar, no puede suicidarse en la función de lo ya visto. El discurso del arte moderno trata de significar del mismo modo que los objetos en su cotidianeidad. ¿Por qué? No es otra cosa que la subjetividad tratando de reconciliarse con su propia imagen.

Cada vez más las películas han pasado a ser objetos que no plantean ningún problema al entorno, no perturban el orden del mundo contemporáneo. Cada vez más las películas son pura parafernalia de efectos especiales, espacio de circulación y de conexión efímera: pura instantaneidad. Lo que fascina a todo el mundo es que la realidad esté corrompida por los signos. Es el triunfo de la simulación (forma desértica de lo social). Todo está hecho para ser visto sin ser contemplado: es la pura transparencia de las redes (no hay traducción), soberanía de la pulsión escópica del espectáculo. El imperativo categórico del espectáculo es la extraversión forzada de toda interioridad y la introyección forzada de toda exterioridad. En cambio, en el complejo mundo de lo cotidiano el espacio se hace fractal y holográfico: cada fragmento contiene el universo entero.

El efecto cotidiano es el más difícil de producir (o de captar). Nuevamente allí reside lo sublime de Lo bueno de llorar. Pero ¿qué es lo cotidiano? la cotidianeidad es la diferencia en la repetición, decía Baudrillard. En lo cotidiano lo que se repite no es “lo mimo”, sino “lo diferente”, lo que nunca se hace presente. Tanto en Lo bueno de llorar como en Lost in translation la realidad social es obscenamente cotidiana. La soledad compartida en la vida de los personajes bordea los límites del tedio.

El interés por la vida cotidiana –decía Norbert Lechner- se debe a un descontento y malestar con la misma: quiebre de los hábitos, disolución de las expectativas acostumbradas que remece nuestra sensibilidad. Al enfocar con la cámara los detalles de la vida cotidiana se hace posible contemplar la materia prima con la que construimos nuestras pautas de convivencia social y cómo deviene en orden natural: la vida cotidiana es una cristalización de las contradicciones sociales, permite explorar la textura de la sociedad.

Toda obra –decía Bourdieu- es hecha dos veces: por el creador y por el espectador (o por la sociedad a la que pertenece el espectador). Cadenas de miradas nos atan a la tierra. Lo cotidiano es el lugar privilegiado para contemplar lo que hemos hecho de nosotros mismos.


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